Nuestra Ciudad del Tezontle

«uno»

El Hambre. La razón me persigue y procuro ser más rápido.

«dos»

En la Ciudad del Tezontle te reciben tus delirios, y un cansancio que no se sacude hasta el quinto día, se nubla en memorias de abstinencia, y un miedo tan familiar: a que esto no termine nunca.

—miércoles 4, mayo—

La puerta se abre y escucho a Juan llamarme. Un gramo de cocaína, casi completo; “debí de haberlo pedido en la noche” pienso. Tomo la bolsa, “Quítamelo” le digo a Juan con voz seca, la boca no es mía. En adelante recuerdo poco: estar parado sin moverme, totalmente inerte. “Que bien se siente estar muerto”, pensé. Juan toma las cervezas del refrigerador, se apresura a tirarlas por él lavabo, tomo la última y la resguardo como prórroga del infierno.

La bebo, siento el celular en mi bolsa, pero lo que saco es una tarjeta blanca de papel enrollada en tubo, bañada de sangre en un extremo. No siento. ¿Ayer hablé con Pablo? No sería posible, ni en el peor de los casos, que le llamara a mi padrino en esos estados, había prometido nunca caer tan bajo. Una promesa más a la bolsa. Pero debí de hacerlo, me llega un recuerdo vívido de verme en un pequeño espejo pegado precariamente a la pared, verme a los ojos, sacar las llaves de mi bolsa con extremo cuidado para no hacer ningún ruido, me doy un pase. Estaba en el baño de un grupo de AA. Y sólo Pablo me llevaría en ese estado a un grupo. Juan debió de amenazarme con irse si no lo hacía.

—viernes 6, mayo—

Aquí, en la Ciudad del Tezontle, no se permite usar diccionario, hasta las siete de la tarde abren la puerta de una pequeña biblioteca de extensa literatura cristiana y de recuperación. Me interesa buscar la etimología de la palabra Tezontle, y eso es lo único que mantiene el pequeño residuo de mi espíritu pícaro en éste bello y soleado día. En ésta, nuestra Ciudad del Tezontle.

Había olvidado los diccionarios, tal ves de usar mi cabeza también; sé que es una piedra volcánica, rojiza, de carácter frágil y poroso, liviana, áspera, ruidosa al pisarse, y siempre abultada sobre más de la misma. Y aquí abundan los patios, que a falta de pasto, se llena de tezontle y adictos para recoger las pequeñas ramas y basuras que se esconden entre ellas. Lo que antes había sido la materia prima para las culturas ancestrales de éstas tierras, con lo que construyeron sus techos y templos. Nacida del centro de la tierra, lava volcánica, la ira de la naturaleza marchitada.

Ahora me rodeaba creando pequeños caminos entre los nopales, patios triangulares; y está en todas partes. Aquí los templos no están construidos de lava volcánica, sino por ladrillo de concreto.

Nunca supe cómo despertábamos, es como si una sinergia nos levantara a todos a las seis de la mañana, no se escuchaba un timbre o un grito de carácter militar, solo a Alcohólico #1 despertarme con una dulce llamada “Vámonos mi Paco, un día más.” Todos se sabían mi nombre, todos sabían el nombre de todos, menos yo.

Brinco de la litera de sábanas de franela, esa característica sábana de cuadros que en mi mente sólo axistían al rededor de los brazos de un vagabundo. Salgo y lo primero es prender un cigarro, antes de pronunciar un “buenos días”, ya todos me habían saludado. Y como la mañana anterior, Alcohólico #4, el que duerme debajo de mi litera, me busca a la mitad de mi cigarro para que le ayude a tender la cama. Extiende sus largos dedos morenos, trabajados; utiliza las dos manos para medir el ancho del doblés. En toda mi estancia nunca des-tendí mi cama, así que sólo teníamos que hacer una.

Suena una campana y nos formamos en el patio, por orden de llegada. Yo voy hasta el frente. Ésta vez es con toalla y jabón en mano. Vuelve a sonar la campana y nos dirigimos hacia un cubículo con ocho regaderas, pasamos de ocho en ocho mientras un “Padrino”, parado sobre una cubeta se asoma por la pequeña ventana que da a las regaderas gritando “¡tres minutos!”. Y ahí estoy desnudo con otros siete adictos, haciendo eficiente cada movimiento hasta que “¡Se terminó! ¡Cierren regaderas!” y antes de que me de la vuelta para alcanzar mi toalla, ya hay otros ocho hombres desnudos corriendo hacia las regaderas. Eso significa que en algún momento 16 miembros y 32 testículos masculinos se sacuden al aire libre en un pequeño cubículo en nuestra Ciudad del Tezontle.

—¿Y ese tatuaje Don Miguel? —le pregunto a Alcohólico #4 mientras se unta crema en el interior de su muslo, pie sobre la cama— Está vergas.

—Uy mi Paco, es una buena historia. —se voltea para mostrarme el extenso tatuaje sobre su espalda: La Santa Muerte en un cementerio.— Verás, ahí en la lápida hay una fecha, 14 de Diciembre de 1994.

—El año que nací.

—Fíjate, yo tenía ya treinta y dos años. Y ese día me colgué del tubo de la cortina de mi baño. — continúa su historia Don Miguel, aún totalmente desnudo—. Pero se rompió el tubo y caí al suelo, entonces escuché una risa, que risa, ¡una carcajada!; al levantar la mirada ahí estaba ella burlándose de mí. Y le juré que me la tatuaría, en agradecimiento de que no me llevó ese día.

Para ese entonces yo ya estaba completamente vestido, mirando los ojos deformes de la Santa Muerte en la espalda de Don Miguel.

Llevo menos de 72 horas en éste lugar y ya no aguanto. Las primeras palabras que escuché cuando desperté aquí fueron: “Hermano, ya estás aquí. Ahora la lucha es por quedarse”. Y es cierto que el adicto está tan enfermo de su cuerpo como de su mente. Es digno de locura aquel que a pesar de haber destruido su vida la noche anterior, y haber jurado en una cruda que rozaba en lo suicida el no volver a tocar la sustancia, que por la tarde una densa niebla colmara la mente, que una copa lo arreglaría todo. Y para eso asistimos a cuatro juntas de AA diarias, para que un poder superior a nosotros mismos, nos arranque esa obsesión. Creo que ésta es la tercera del día, es una sesión de preguntas y respuestas con los padrinos más experimentados del lugar, el fundador, o como aclaró más tarde: “el único fundador que queda vivo” Es el Padrino Jerry, un hombre alto y frondoso, de cabeza particularmente grande, canoso, de cejas negras y gruesas, y una sonrisa que podría ser de el gato en Alicia en el País de las maravillas. El padrino contesta las preguntas de los cincuenta adictos en la sala, todos sentados, fumando como chacuacos. La niebla regresa: no necesito estar aquí. Pero no hay escapatoria, aunque la puerta esté abierta. Así que decido ir al baño, me levanto y siento un par de miradas, me dirijo a la puerta de metal al final del salón, es un cuarto igualmente de concreto, particularmente grande, un urinal de metal que podrían ocupar dos, tal vez tres muy apretados adictos para mear. Solo hay uno, tengo suerte. Al acercarme al urinal veo que también hay un escusado expuesto en la esquina, y un joven puja con fuerza tratando de defecar, nota mi mirada y hacemos contacto visual, asiente su cabeza y contesto el gesto, continúa en lo suyo, yo en el mío. Durante esa larga meada, solo pensaba que nunca había estado en una situación así ¿cuál es el protocolo social? Cuando termine y me dirija a la salida ¿me despido con el mismo gesto o solo lo ignoro? Tengo tiempo para pensarlo, vejiga llena. El hombre al lado de mi termina de mear y sale, mi primer instinto es hacer lo mismo que el haga, pero sería demasiado peligroso voltear ahora. Decido voltear a ver mi pene, se termino el tiempo. Opto por ignorar al joven, pero termino viéndolo, por suerte su mirada estaba ocupada en el pedazo de papel que frotaba con fuerza debajo de sus nalgas. “Nunca me había imaginado que la gente también lo hacía por el frente” pensé.

—martes 10, mayo—

Me pesa doler tanto. Es día de las madres y yo me he quedado paralizado por la ansiedad. El acto de haberme salido antes de tiempo de nuestra Ciudad del Tezontle ha sido como un presagio de mi inminente autodestrucción para todos, menos para mí. Aunque no termino de creerme. Pienso que entiendo, se siente la locura palpitar sólo a través de la boca y mirada de otros, nunca desde la mente. He estado aquí antes ¿Soberbia inconmensurable o Dios entrando a mi vida? Nunca logro discernir la extraña amalgama de intenciones que se mezcla cada vez más profundo, quitándome suelo, adoctrinándome ahora que ya no soy un santo de la sustancia.

Por fin hablé con Pablo, mi padrino desde hace ya casi tres años. Su voz preocupada, incluso lastimada. Hablamos por teléfono mientras caminaba por la calle. En un momento me detuve y el dolor me puso de cuclillas, mirando el suelo. Escuchando los temibles vaticinios de Pablo. Todos me hablan como si tuviera un revólver pegado a la cabeza, mano encintada al gatillo, y en cualquier momento pudiera tropezar y dispararme. O como si estuviera escalando sin cuerda, pero es la primera vez que me han visto hacerlo. Me gritan que por favor me baje, aunque saben que ya no es opción, y veo el piso, ya estoy setenta metros sobre de él. Los de abajo despegan sus miradas por dolor, pero no sus mentes. No me queda más opción que continuar, ¿Soberbia o gracia divina? ¿Es la niebla que me convence? ¿O es que estoy construyendo un templo de Tezontle?

El día que salí, creo que fue el Sábado anterior, toda la Ciudad del Tezontle me había vaticinado lo mismo: “Tu lo que quieres es consumir” o “Vas a regresar aquí, pero sin lo poco que te queda.” o “Tus decisiones te han llevado hasta donde estás el día de hoy, y sigues sin escuchar.” Y es cierto que cuando uno está tan soberbio, todo el mundo suena estúpido. Discernir las amenazas en un estado tan frágil solo me lleva a un pensamiento: Tal vez es cierto. Tal vez esos cincuenta alcohólicos, quince padrinos; que juntan 130 treinta testículos, tengan razón: Yo aquí afuera no me voy a recuperar. Eventualmente voy a regresar. Pablo me lo dijo el Miércoles, por teléfono, y aunque no me lo deseó, sí me lo advirtió. No puedo ir en contra de tantas opiniones. Es absurdo, y sin embargo aquí estoy, afuera, escribiendo esto con la esperanza de encontrar esa tan valiosa experiencia espiritual de la que todos hablan, que me salvará de las garras de la droga. Le llaman Dios. Yo le hablo. El miedo es lo que hace a uno doblarse o quebrarse ante ciertas ideas, pero si en algo tienen razón los alcohólicos es que con la niebla no puedo, pero aquello que ellos han encontrado, si puede por mí. Tal vez la creencia y dependencia ante un Poder Superior a mí mismo me salvará de ésta terrible profecía. Y si no lo hace, solo les daré el gusto a todos aquellos que me advirtieron, el dolor a los que trataron de evitarlo y la paz a los que están cansados de tanto peso.

El primer día en nuestra Ciudad del Tezontle, luego de haber recuperado un poco de conciencia, me asignaron un cuarto. Aquí los cuartos tienen nombre, a mí me tocó “Humildad”. Enseguida sonaron la campana, todos nos formamos en el patio. Yo seguía mareado y un poco drogado tal vez. Pero habían decidido que era mi hora de salir de desintoxicación. Nos dieron palas y nos pusieron a filtrar tierra, para sacar más materia prima azteca. Unos paleaban un montón de tierra que vertían en cajas de rejilla de plástico, otros las levantaban y sacudían sobre una carretilla para extraer las piedras. A mi me tocaba mover la carretilla y verter el tezontle en una montaña. Qué se utilizaría para algo que ignoro, pero que seguramente algún pobre Sísifo descubriría. Entonces fue cuando me llamaron.

En una pequeña oficina, al lado de la recepción, un hombre calvo que ya había visto me hizo un par de preguntas apresuradas, las cuales le sirvieron para asignarme a un Padrino, que casualmente ya estaba en el cuarto. Solo éramos nosotros tres. Irving me llevó al patio delantero, donde los patios no estaban cubiertos enteramente por tezontle, aún habían algunas plantes y árboles. Nos sentamos en una banca y procedió a contarme su historia de vida.

Su historia era mi historia.
Se había anunciado mi apoteosis.

Hoy me hinco ante un Dios en el que no creo.

«tres»

Una recaída, si el drogadicto tiene suerte, regresará a su sistema de apoyo, que en mi caso con las juntas de doce pasos. Y la inminente re-lectura del primer paso. Y siempre encuentro frases que deje pasar, o que no recordaba por alguna razón pero las sabía leídas. Ésta vez fue: “La sensación en tan elusiva que, aunque admiten lo dañino, no pueden después de algún tiempo discernir la diferencia entre lo verdadero y lo falso.” Se refiere al uso de la sustancia. Pero también a lo que concierne a las ideas sobre el consumo de ésta. Por eso el alcoholismo y la drogadicción son una enfermedad mental.

Desde una perspectiva estrictamente fenomenológica, el adicto deforma su mente al grado que la auto-destrucción es inminente. A menos de que tenga una “experiencia espiritual” . Y no puedo dejar de pensar en una razón concreta por la cual podría existir tal deformación, que termina en una especie de autofagia tan agresiva. Al final, la naturaleza sí se auto-destruye, y la única razón por la que encuentro tal fenómeno en lo tangible, es un inconsciente que hace del suicida un eufemismo para lo apócrifo, en el sentido del curso de la causalidad del universo.

Si la naturaleza de un adicto es auto-destruirse, tal vez éste es aquel que no debería de existir. Una mecanismo de la naturaleza de limpiarse, sólo dejándoles la última opción de doblegarse ante sus fuerzas, al tocar fondo. Y lo más terrorífico de esto no es que yo muera. Que al final de ésta lectura siga vivo o muerto, limpio o caído; hará poca diferencia. Lo que realmente me atormenta, es el fondo ontológico que refleja.

Hoy no sé si estoy fuera del delirio, no conozco la realidad de la que me he extrañado en una psicosis auto-infligida. Solo veo los pedazos pétreos de la ira de la naturaleza, y no sé si después de la vergüenza de ésta derrota, si pueda volver a construir un templo.

«cuatro»

—viernes 29, abril—

Son las seis de la tarde, y ansío salir de trabajar. Tengo el plan perfecto para un viernes. Santiago me recomendó una película que había calificado como “maestra”, lo cual siempre me emociona. Ayer hable con Michelle y quedamos de vernos en mi casa para ver la película y dormirnos temprano, mañana Sábado vamos a escalar a las Peñas de Jilotepec.

Pero no es un fin de semana ordinario. Éste fin de semana es el primero sin consumir después de dos fallidos intentos. La semana pasada fue la boda de Lorena, en Yautepec, donde a pesar de haber tomado todas las precauciones, terminé tomando y luego conseguí cristal con uno de los meseros. Toda una tragedia para mi sobriedad. Pero la verdad es que lo disfruté, conocí a Michelle, bueno, nos reencontramos después de diez años.

Cuando llegué a la boda, llevaba mi cámara de 16mm para mantenerme ocupado. Y llegó la mujer más bella de la boda. La señorita del vestido azul. Logre hacerle un par de tomas antes de que hiciéramos contacto visual. Sentí familiares esos ojos. Y sí, era ella, la rubia de 16 años de la

que me enamoré hace una década en Acapulco. Pasamos un puente pegados como goma, después de que la paré en la playa y le ofrecí unas clases de surf. Yo no se surfear. Y no me acordaba de nada de esto. Todo me lo recordó Michelle en la boda, me acerque a su mesa antes de que llegara el postre y la conexión fue inmediata. Nos miramos a los ojos y me pregunto que si al menos me acordaba de lo que le había dicho en la playa, de noche, tomados de la mano, mirando el cielo. Las palabras de aquella conversación fueron tan conmovedoras que nos encontramos besándonos a medio postre. Como adolescentes, besos de cinco minutos, durante toda la noche. De pronto me suscitó la idea de que si había encontrado al amor de mi vida, entonces podría comer hongos con ella, como no encontré hongos, busque MDMA, como no encontraba, comencé a tomar, luego encontré cristal con un mesero.

Pero ese fin de semana fue la última vez, estaba decidido a regresar. Hable con Michelle y seguiríamos saliendo, con la única condición que los dos saliéramos del vórtice de las drogas, juntos. Y esto era totalmente factible, ya lo había hecho antes, a pesar de que los últimos tres fines de semana había fallado, éste sería diferente. Así que hicimos un plan, haríamos ejercicio todos los fines y saldríamos a la naturaleza; definitivamente, esa es la cura a mi problema.

Voy manejando por División del Norte, tráfico de viernes y le mando un mensaje a Michelle diciéndole que ya acabé mis deberes por el día de hoy. Ella estaba en San Ángel, así que me ofrecí a pasar por ella. Llegue a mi casa y seleccioné la película: Tabu, de Miguel Gómez. La descripción alababa al filme como una de las obras maestras modernas, difícil de clasificar. Crecí ansioso, así que comencé a ver el principio sin Michelle, aunque prometí esperarla. Ella estaba en una comida y no tardaría mucho en llamarme para pasar por ella.

Pasaron cuarenta minutos, ya eran las ocho de la noche. Recordé una conversación con mi madre, contándole sobre la increíble experiencia que había tenido con Michelle en la boda, claramente omitiendo toda sustancia. Y pese a mi emoción mi madre hizo la pregunta que si consumía, y fui honesto, en parte. “No se ma, dice que no. Pero ve tú a saber. La invité el Sábado a escalar, temprano, ya si no llega es que le gusta más la fiesta.” Y la prueba era real. Pause la película y la regresé al principio para no dejar rastro de mi impaciencia. Michelle me llama, que si puedo pasar por ella. Salgo.

Camino a San Ángel, lo único que podía pensar era en lo orgulloso que estaba de mi mismo, un nuevo Francisco Saragoza estaba desenvolviéndose ante mis ojos. Tenía el ímpetu de recuperarme como el ser humano lleno de amor y pasión que conocía en mi sobriedad, y ahora, por fin estaba acompañado por la mujer perfecta en todos los sentidos. Aunque detrás de mi cabeza sumaba esta pequeña posibilidad de que estuviera peda. Eso cambiaría las cosas “me decepcionaría demasiado”, pensé. No fue necesaria una promesa a mi mismo, estaba seguro, en lo más profundo de mi ser, que si Michelle estaba borracha, probablemente no podríamos entablar una relación sólida, no con mi estado tan frágil ante la sustancia, tendría que pasar un par de meses para desarrollar un poco de sólida abstinencia para tener la certeza de poder decirle que no a una copa. Probablemente podríamos llegar a la casa, ver la película, ir a escalar, pero después de eso se terminaría.

Me estaciono en él empedrado. Mando un mensaje, “estoy afuera”.