— s a c r i f i c i o —

Descifré un pensamiento peligroso, que sostiene buena parte de mi bienestar mental y emocional. Tan enraizado en mi ser, que podría ser una gran parte del “yo”, que hasta hace poco consolidé como “otro”. No soy éstas interpolaciones ancestrales, heredadas, aprendidas.

Entré en una relación complicada, caótica y co-dependiente con el verbo necesitar. El vidrio templado de la adicción hace ver todo como un problema en potencia. Se necesitan muchas cosas para dejar de ser un adicto, pero sólo una para serlo.

Y la síntesis es algo que anhela mi alma después de haber sido apóstol del consumo. Una vez que se le tiene tanta devoción a algo (dios, pareja, droga), es mi percepción que el alma se moldea (o tal vez siempre ha sido así), para buscar o dejar entrar. Y es fácil ser un devoto a la distracción, a la superficialidad del juego. Quiero la simpleza para alcanzar la profundidad, y por definición, me exige sacrificio: ideas, cosas, y sobre todo comodidades. Si algo me ha quedado claro, es que mi mejor brújula para encontrar el placer adulto, aquel que se esconde detrás de montañas de caminos curvos y poco definidos, montañas bravas y filosas; es el miedo. En la colina que anuncia terror, hacia allá estará aquello que estoy buscando.